8.21.2014

Otoño.


Las gotas se estrellaban contra el gris asfalto de las calles de esta ciudad inspiradora y protagonista de incontables historias. No era extraño que la lluvia decidiera visitar a los habitantes de Londres, pero él no estaba preparado para ella; con la cremallera hasta el cuello, las manos refugiadas en los bolsillos y la cabeza gacha, se deslizaba con pasos apurados sobre la eterna alfombra de hojas amarillentas que cubría el suelo. El viento empezaba a azotar cada vez con más fuerza, obligando al muchacho a acelerar el ritmo y encogerse más sobre sí mismo.

Era un frío típico de esas fechas.
Frío húmedo. Frío helado.
Frío de rutinas.

De rutinas de ayer que perduran hoy; rutina de caminar con frío, rutina de verla y soñarla, de desearla hasta la locura; rutina de mañanas heladas y cafés ardientes; rutinas que son como una canción en modo replay. 


Rutinas que le recuerdan a ella, a su perfume dulzón y su carácter agrio.
Rutinas que ojalá se las llevara el mismo viento que las trajo.

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