8.29.2014

Creerse Nada.

Escríbeme en mayúsculas y cuélgame en tu puerta.
Que no hay mejor aviso que la propia experiencia.
No pasar. Lo mejor escrito, mejor no dicho.
Y decir en voz alta tu nombre no me ha llevado a otra parte que no fuera un quebradero de cabeza; me ha llevado a un quebradero, de cabeza.
Y ya bastante surcos tiene una en la piel como para ir hurgando en las entrañas.
Pero tú sigues, como si matar una vez no fuese suficiente, y te adentras con zapatos en mi vestíbulo.
Y mi corazón no está preparado para más pisadas.
Porque duele, igual que entrenar y no jugar el partido.
Y ahora me doy cuenta de que yo no tenía puesto en tu equipo.
Que sólo fui otra espectadora que desde la grada celebraba cada victoria.
Sólo era eso, y ahora ya no hay nada.
Porque no tengo ni ganas ni sentido. Ni pies para correr ni manos para alcanzar.
Ahora solo soy el café de las cinco de la mañana de cuando aún no te has ido a dormir.
Soy el papel arrugado que se amontona en el suelo de la vida de un escritor sin sentimientos.
Y es que soy de esas que no dan gracia ni las gracias.
Porque la experiencia, gran hija de puta, es la mejor profesora.

La melancolía del nosotros.

Y no quiero ser yo, ni él,
ni ése, ni aquél,
quiero ser el nosotros
que solo  eres capaz de hacer.

Tourist.


Era mi lugar favorito de todo el mundo.
Recuerdo cómo era capaz de perderme en cada recoveco de su ciudad; cómo derrapaba por esa cadera que hacía las veces de curva, para luego empotrarme contra esa última que llamaban sonrisa
Para mí era sonrisa cada vez que se mordía el labio.
Explorar cada cordillera de su pecho era mejor que una excursión al museo; y, aunque acababa destrozado, descansaba en la llanura de su vientre mientras admiraba toda esa belleza digna de exposición. Un baño en su ombligo y un trago entre las caricias de su pelo me llevaban hasta el mismísimo cielo. O quizás debería decir infierno, porque me dirigía hasta lo más bajo de sus piernas.
Y no soy un ladrón, pero he de reconocer que he pasado muchas noches en esta ciudad al raso, sin llegar a pagar ni un solo centavo.
Pero eso no importa cuando estás donde con quien tienes que estar.
Y es que ella es mi lugar favorito.

8.28.2014

En mi vida las matemáticas nunca fueron una ciencia exacta.


No sé si vosotros habéis tenido alguna vez ese flechazo por una persona que se ve tan lejana a vuestro mundo que parece estar en el universo superior de la teoría de Aristóteles;
 perfecto y etéreo, en el universo de las estrellas.

★ ★ ★ ★ 

Ella era alta con el pelo caoba destellando rojos cada vez que se lo sacudía y el sol lo azotaba en las tardes de verano; tenía esos ojos claros que nada podían envidiarle ni al más puro de los hielos que formaba el invierno. Sus pestañas tenían la manía de caer suavemente como las hojas de otoño hasta posarse sobre sus pómulos teñidos de las rosas en primavera.

Ella era mi estación favorita, porque era un estallido de todo lo bueno de un año; podía correr junto al sol en julio para luego descansar con una copa con hielo en diciembre; podía refugiarse entre las hojas secas de octubre mientras diseñaba los trazos de las flores de mayo.

Ella era así; tan distinta de todos, pero con algo de cada uno.

     Pero era tan ajena a mí...

Sus labios se veían siempre tan ardientes como el fuego de la chimenea en la que se quemaban mis sueños. Donde me consumía y quedaba reducido a un puñado de cenizas sin posibilidad de autopsia. Y lo malo de ello, es que Ella nunca podría saber que fue su mirada la que me hizo arder.

Pues Ella era tan lejana a mi mundo..., como si estuviese en otro universo.

     Tan ajena a mí...

Pero a la vez tan cerca como para arrancarme el alma con sus tacones y arrastrarme a patadas a otra vida.
Una vida donde los sueños parecen tan reales que ni te das cuenta de que tienes los ojos cerrados.
Pero cuando los abres, te das cuenta de que en tu vida uno y uno nunca sumaron dos.

Ni te imaginas lo bien que nos vemos juntos cuando tengo los ojos cerrados.

8.26.2014

No sé si existe, pero si sale de su boca me lo creo.


Son las cuatro de la mañana y el café está olvidado.
Más que gemidos se oyen gritos,
pero no nos gustan.

Nos sangran las pupilas empapadas de alcohol,
nos sobrepasa la embriaguez de las venas;
nuestros ojos son dardos sin diana.

Y con cada palabra nos abrimos un nuevo surco en la piel;
nos desgarramos la garganta.
Nos deshilachamos el alma.

Y las cicatrices quedan, mi amor,
invisibles,
pero quedan.

Y los recuerdos huyen... pero se nos enredan en el pelo.
Como murciélagos.
Ojalá pudiésemos irradiar un poco de luz para espantarlos.

Pero estamos bajo cielo,
                      bajo tierra,
                    bajo mar.

¿Y qué hacemos con toda esta oscuridad?
"Aprovechémosla", me susurras entre maldiciones.
Mi respuesta se hunde en tu boca y nos ahogamos en este sinluz.

8.21.2014

Otoño.


Las gotas se estrellaban contra el gris asfalto de las calles de esta ciudad inspiradora y protagonista de incontables historias. No era extraño que la lluvia decidiera visitar a los habitantes de Londres, pero él no estaba preparado para ella; con la cremallera hasta el cuello, las manos refugiadas en los bolsillos y la cabeza gacha, se deslizaba con pasos apurados sobre la eterna alfombra de hojas amarillentas que cubría el suelo. El viento empezaba a azotar cada vez con más fuerza, obligando al muchacho a acelerar el ritmo y encogerse más sobre sí mismo.

Era un frío típico de esas fechas.
Frío húmedo. Frío helado.
Frío de rutinas.

De rutinas de ayer que perduran hoy; rutina de caminar con frío, rutina de verla y soñarla, de desearla hasta la locura; rutina de mañanas heladas y cafés ardientes; rutinas que son como una canción en modo replay. 


Rutinas que le recuerdan a ella, a su perfume dulzón y su carácter agrio.
Rutinas que ojalá se las llevara el mismo viento que las trajo.