8.28.2014

En mi vida las matemáticas nunca fueron una ciencia exacta.


No sé si vosotros habéis tenido alguna vez ese flechazo por una persona que se ve tan lejana a vuestro mundo que parece estar en el universo superior de la teoría de Aristóteles;
 perfecto y etéreo, en el universo de las estrellas.

★ ★ ★ ★ 

Ella era alta con el pelo caoba destellando rojos cada vez que se lo sacudía y el sol lo azotaba en las tardes de verano; tenía esos ojos claros que nada podían envidiarle ni al más puro de los hielos que formaba el invierno. Sus pestañas tenían la manía de caer suavemente como las hojas de otoño hasta posarse sobre sus pómulos teñidos de las rosas en primavera.

Ella era mi estación favorita, porque era un estallido de todo lo bueno de un año; podía correr junto al sol en julio para luego descansar con una copa con hielo en diciembre; podía refugiarse entre las hojas secas de octubre mientras diseñaba los trazos de las flores de mayo.

Ella era así; tan distinta de todos, pero con algo de cada uno.

     Pero era tan ajena a mí...

Sus labios se veían siempre tan ardientes como el fuego de la chimenea en la que se quemaban mis sueños. Donde me consumía y quedaba reducido a un puñado de cenizas sin posibilidad de autopsia. Y lo malo de ello, es que Ella nunca podría saber que fue su mirada la que me hizo arder.

Pues Ella era tan lejana a mi mundo..., como si estuviese en otro universo.

     Tan ajena a mí...

Pero a la vez tan cerca como para arrancarme el alma con sus tacones y arrastrarme a patadas a otra vida.
Una vida donde los sueños parecen tan reales que ni te das cuenta de que tienes los ojos cerrados.
Pero cuando los abres, te das cuenta de que en tu vida uno y uno nunca sumaron dos.

Ni te imaginas lo bien que nos vemos juntos cuando tengo los ojos cerrados.

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