5.22.2014

Lluvia de agosto.

      

       Tenían razón.
       Unos amistosos ojos azules alzaron la mirada. Ella volvió a hablar.
       —El amor es de débiles.
       Con un tirón de la comisura derecha de su boca la miró como diciendo "bienvenida al club". Cuando ella tomó el cigarro que su amigo le ofrecía y se agachó hasta sentarse a su lado en la acera de aquella descuidada calle, estaba firmando su asociamiento al club de los descorazonados.
       Con manos ágiles se llevó el cigarro a los labios e inspiró hondo, tratando de asfixiar el dolor de su pecho, pero lo único que parecía ahogar el tabaco era sus pulmones.
       Sus ojos castaños, mirando sin ver, volaban como un colibrí inquieto por el barrio mientras compartía caladas con Xiang.
       Una llovizna nocturna caía en forma de cristalinas gotitas que se posaban sobre el pelo de la muchacha; una de ellas se quedó haciendo equilibrio sobre las pestañas de su ojo derecho, devolviéndole una mirada distorsionada. No hacía mucho frío, pero tampoco el calor suficiente como para no abrazarse los brazos con una chaqueta. 
       Entre el humo del cigarro y la niebla que reinaba Londres, la calle Regent parecía el paisaje idóneo para filmar una película de los amores que eran pero que no llegarían a ser jamás; apenas unos cuantos coches traqueteaban por la húmedo lugar, y un par de rezagados transitaban por la calle que corría paralela a la de la pareja de amigos. El resto del mundo estaría con sus familias en sus casas, disfrutando del cobijo de un techo, del calor de un fuego y del placer de una cena.
       Pero ellos estaban ahí, sentados en la calle compartiendo un cigarro mientras la lluvia intentaba, inútilmente, lavar sus penas. Ellos eran los pobres y marginados,
       los Marginados Descorazonados.