3.01.2012

"El hecho de ser habitados por una nostalgia incomprensible sería, al fin y al cabo, el indicio de que hay un más allá."


Levantas la vista y miras por la ventana. El sol se está escondiendo tras los rascacielos, la ciudad se tiñe de un color rojizo y el viento agita las hojas de los árboles de un lado a otro. Ves a la gente por la calle, escuchas las risas de los niños, respiras el humo de los coches que se mezcla en el aire; es un tarde normal, como otra cualquiera, o eso es lo que el mundo piensa. Cierras la ventana, con ojos cansados y pasos ligeros vas hasta la cama. Acaricias las suaves sábanas violetas, miras las fotos de la habitación; una lágrima resbala por tu mejilla. Coges una de ellas, con cuidado, recordando los momentos compartidos con ese ser querido. Recuerdas su risa, su forma de hacerte sonreír; recuerdas todas esas noches de verano juntos, en las que no decíais nada, porque el silencio decía mucho más que mil palabras; recuerdas su olor, aquel aroma que te acompaña en sueños, su voz, que sigue susurrándote en el oído cuando te sientes sola. Extrañas sus defectos, sus diferencias, todo aquello que le hacía tan especial, todas esas cosas que era capaz de hacer tan solo por verte feliz. Cierras los ojos, dejas que los recuerdos te invadan por un momento, que te vuelvan a llevar a los viejos tiempos en los que con muy poco sentías que lo tenías todo.
Vuelves a dejar la foto en su sitio. Apagas la luz, quieres desconectar del mundo por una noche. Te metes en la cama despacio y te rindes al sueño, porque sabes que si sigues despierta el dolor te cogerá y no te dejará escapar.
Así que te dejas llevar, hasta donde los sueños te quieran dejar...

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