Pies hundidos deslizándose sobre el encharcado barro, hierbas húmedas acariciando las piernas gráciles y esbeltas que alzan su ligero torso. La fina tela que tiene por vertido se mueve vaporosa con cada paso que da. Está en un iluminado claro, pero ante ella se alzan, fantasmagóricas y misteriosas, las siluetas de los oscuros árboles que conforman el bosque: tan gruesos como grotescos, troncos que acaban en ramas desnudas.
¿Te atreverás a cruzar al otro lado? ¿Serás capaz... de entrar en el bosque?
Lar ramas de los innumerables esqueletos de madera parecen reírse mientras el viento lleva las palabras a todos los rincones del lugar.
Ella parece dudar. Sus labio inferior cae débilmente, dejando entrar un amargo olor en su boca; sus pestañas caen también, y, como el aleteo de un colibrí, regresan a su sitio rápidamente. Ella duda. Pero enseguida su mente construye una imagen en su cabeza. Cierra los ojos y en sus párpados, como si de lonas blancas se tratase, se refleja la imagen que su mente le proyecta.
Dos cálidos ojos azules le devuelven la mirada desde el interior de sus propios párpados.
Ella conoce esos ojos, ella ama esos ojos.
Así que cuando abre los suyos propios y el oscuro bosque se recrea ante ella, solo se ve una firme decisión castaña en sus profundas pupilas.
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