7.13.2012

Que no te vea no significa que no esté junto a ti.

Te busco entre las calles de un pequeño pueblo, en la mirada de los niños inocentes, en el ajetreo de la gran ciudad, en las manos de un compañero, en el abrazo de una madre, en el fondo del mar, en los labios de un mudo; te busco en el borde de los acantilado, en las historias de un veterano, en las canas de un abuelo, en las risas de la gente, en las noches tristes y las tormentas invernales. Te busco en todas partes, en cada esquina, en cada recoveco, en cada rincón del mundo. Te busco y te busco, pero no te encuentro. Te siento cerca de mi en todos los lugares a los que voy, en cada experiencia que vivo; te siento conmigo en la soledad, entre la multitud; en la nada sé que estás tú. Te siento tan cerca, y a la vez tan lejos.
Y me siento frustrada, porque por mucho que te busque y te sienta, no te encuentro.
Finalmente dejo de buscar, tu presencia sigue conmigo, y me paro a pensar en que tal vez no tenía que buscarte, porque tú ya me habías encontrado y te habías instalado en mi corazón. Y aún así me acompañaste en mi búsqueda, susurrándome que estabas cerca; estuviste cuando me rendí, cuando me preguntaba dónde te encontraría, y, como a una adivinanza a la que no le encontraba respuesta, tú me ayudaste a resolverla.
Gracias por estar siempre junto a mi, Dios.




Los ojos no son capaces de ver los sentimientos que guarda mi alma, ni ésta es capaz de descubrir los secretos que esconden tus ojos.

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