—¿Me estás escuchando? —elevó la voz un poco más alto de lo considerado correcto, y unas cuantas personas que habían en la cafetería se giraron a mirar.
Su mirada giró más lentamente, y, al ver que las palabras se dirigían a ella, esbozó una tímida sonrisa de disculpa.
—¿Perdona? —dijo, con su voz melosa y sus ojos color miel aún risueños.
Él suspiró.
—No podemos seguir así, Annie.
—¿Así cómo? —preguntó ella con tono inocente.
—Pues así... —dijo él, desesperado y exhausto a la vez, agitando los brazos en el aire pretendiendo abarcar, de forma metafórica, todo lo que les rodeaba.
Ella lo miraba callada, esperando.
Por fin, él suspiró.
—Así de distantes —dijo, con un hilillo de voz y dejando caer los brazos a ambos costados del asiento en el que estaba.
La expresión de ella adquirió un todo de incertidumbre, y una arruga de incomprensión se formó en su frente.
—Pero si estamos al lado...
Él agitó la cabeza, negando.
—No, Annie... Estamos juntos físicamente, —la miró fijamente a lo ojos—, pero tú estás muy lejos, en un lugar en el que a mí no se me permite estar.
—¿Y cuál es ese lugar? —preguntó ella, devolviéndole la mirada intensa.
—Ese lugar es tu mente, tus pensamientos. Nunca te pedí que renunciaras a nada, y mucho menos a tus sueños. Pero ahora parece que renuncias a mí, y yo creía formar parte de ellos.
Él bajó la vista.
Ella lo miró; empezaba a entender.
—¿Te gusta el té, John?
Él levantó la mirada, desorientado.
—¿Te refieres al té? ¿Al que se bebe?
Ella rió suavemente, con su risa pura y cristalina como el rocío.
—Claro, ¿a qué sino?
—Pero, ¿eso qué tiene que ver con nosotros?
Su voz era dulce.
—Las personas —hizo un gesto, abarcando toda la cafetería— somos como el té; algunos tienen fruta, otros algo de canela; hay otros de menta, de vainilla o de anís, y hay otros tantos a los que, por mucha azúcar que les eches, siguen siendo amargos —hizo una pausa, dejando que su compañero pensara en sus palabras, y esbozó una sonrisa.
El hombre empezó a entender lo que ella quería decir, y antes de que pudiera añadir nada, la muchacha se levantó.
Antes de dar media vuelta y marcharse, sin embargo, Annie le sonrió dulcemente una vez mas.
—Quizás yo no soy el sabor que buscas.
Yo soy té verde con limón y miel.
¿Quién eres tú?